La pobreza es una forma de vida que aparece cuando
las personas carecen de los recursos
necesarios para satisfacer sus necesidades básicas. Esta
condición implica una mala calidad de vida
ante las deficiencias en la alimentación, la asistencia sanitaria, la educación y la vivienda.
Se suele considerar que una familia cae por debajo de la línea de pobreza
cuando sus ingresos no le permiten alcanzar a la
canasta básica de alimentos. Cuando la situación de pobreza se
extiende en el tiempo, se habla de pauperización.
Pobreza
La pobreza es una
situación o forma de
vida que surge como producto de la imposibilidad de acceso o carencia de los
recursos para satisfacer las necesidades físicas y psíquicas básicas humanas
que inciden en un desgaste del nivel y calidad de vida de las personas, tales como
la alimentación, la vivienda, la educación, la asistencia
sanitaria o el acceso al agua potable. También se suelen considerar
la falta de medios para poder acceder a tales recursos, como el desempleo, la falta de ingresos o un nivel bajo de los
mismos. También puede ser el resultado de procesos de exclusión
social, segregación
social o marginación.
En muchos países del tercer mundo, la situación de pobreza se
presenta cuando no es posible cubrir las necesidades incluidas en la canasta básica de alimentos. La situación persistente de
pobreza se denomina pauperismo.1
La aplicación del concepto de pobreza a unos países frente a otros se
denomina subdesarrollo (países pobres).
El concepto de pobreza es fundamentalmente económico, aunque también tiene impactos políticos y sociológicos. En la mayoría de los
contextos se la considera algo negativo, pero en algunos ámbitos espirituales
la pobreza voluntaria se considera una virtud por implicar la renuncia a los
bienes materiales (voto monástico de pobreza, junto con los de
castidad y obediencia). Históricamente la pobreza ha sido objeto de distintas
valoraciones ideológicas que implicaban distintas respuestas sociales.
Puede ser descrita o medida por convenciones internacionales, aunque
pueden variar los parámetros para considerarla.
Un intento de definición responde al hecho de que la pobreza debe ser
vista como el resultado de un modelo económico y social, ejercido y aplicado en
un territorio y tiempo determinado, por los diversos agentes económicos y
políticos, que producen en la sociedad sectores excluidos de los beneficios
totales o parciales del modelo en ejecución. A estos sectores excluidos de
tales beneficios los llamamos generalmente pobres o más genéricamente como
parte de la pobreza existente.
La pobreza no es pues una causa que deba ser tratada como tal para
combatirla, es el resultado de procesos complejos y extendidos en el tiempo,
que son difíciles de apreciar a simple vista y que requieren investigación
sostenida para lograr su comprensión antes de plantear cualquier intento de
terminar con la pobreza.
Concepto
Tres significados básicos
El concepto de pobreza, tal como
el fenómeno que describe, posee una antigüedad respetable. Su etimología nos
lleva a la palabra latina paupertas, que remite originalmente a la
condición de pauperos que significa, literalmente, parir o engendrar poco y se aplicaba
al ganado y, por derivación, a la tierra pobre, es decir, infértil o de poco
rendimiento.[2] De
esta acepción de pobreza como falta de potencialidad o capacidad de producir
deriva un concepto distinto que apunta a la carencia misma de una serie de
bienes y servicios básicos. Este es el origen del concepto de pobreza absoluta.
También surgió tempranamente el concepto de pobreza como contraposición al de
riqueza, donde el sentido de cada uno de estos términos se define por la
relación misma entre ellos. De allí proviene el concepto de pobreza relativa.[3]
Pobreza como falta de desarrollo humano
El enfoque más moderno y en boga
sobre la pobreza, es decir, aquel que lleva el sello del premio nobel Amartya
Sen[4] se
inspira en la acepción primigenia de pobreza como falta de capacidad de
producir o de realizar su potencial productivo. En este enfoque el énfasis está
puesto no tanto en el resultado (ser pobre en el sentido de no disponer de
ingresos o bienes suficientes) sino en el ser pobre como imposibilidad de
alcanzar un mínimo aceptable de realización vital por verse privado de las
capacidades, posibilidades y derechos básicos para hacerlo. Esta forma de ver
la pobreza se inspira, como Sen mismo lo destaca, en la filosofía aristotélica
que define la “buena vida” como aquella en que se han realizado o florecido
todas las capacidades encerradas en la naturaleza de los seres humanos (que
según Aristóteles pueden ser muy
diversas, como aquella que lleva a algunos a ser señores y a otros a ser
esclavos). Esta concepción es parte de la ontología o doctrina del ser de
Aristóteles donde las cosas tienen una naturaleza que determina y fija las
finalidades o plenitud de su desarrollo. Así, en La política nos dice que “la
naturaleza de una cosa es precisamente su fin, y lo que es cada uno de los
seres cuando ha alcanzado su completo desenvolvimiento se dice que es su propia
naturaleza”. El pleno florecimiento humano requiere, según Aristóteles, de la
polis o ciudad, como conjunto organizado y autosuficiente de seres humanos que
han realizado sus diversas naturalezas y las ponen al servicio unos de otros.
Este concepto de pobreza,
actualizado por Amartya Sen y despojado de sus rasgos incompatibles con una
sociedad basada en la igualdad básica de los seres humanos, podría ser definido
como pobreza de desarrollo humano. Este es el enfoque que ha sido
instrumentalizado por el Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),
estableciendo una serie de criterios de satisfacción de necesidades básicas
–esperanza de vida, logros educacionales e ingreso, que son la base del así
llamado Índice de Desarrollo Humano (IDH)–
que formarían la base de recursos y habilidades que permiten el “desarrollo
humano, definido como el proceso de ampliación de las opciones de las personas
y mejora de las capacidades humanas (la diversidad de cosas que las personas
pueden hacer o ser en la vida) y las libertades”.[5] A
partir de ello el PNUD ha elaborado un Índice de Pobreza Humana (IPH) que se
describe de la siguiente manera: “En lugar de utilizar los ingresos para medir
la pobreza, el IPH mide las dimensiones más básicas en que se manifiestan las
privaciones: una vida corta, falta de educación básica y falta de acceso a los
recursos públicos y privados.”[6]
El problema de este intento de
instrumentalizar el enfoque de Sen radica en la reducción de sus elementos
determinantes a algunas variables –como expectativa de vida, escolarización o
ingreso disponible– que si bien son relativamente fáciles de medir dejan fuera
del análisis del desarrollo a otros componentes esenciales del mismo como ser
la libertad individual o los derechos democráticos. Se reduce así la
perspectiva de la pobreza de una manera que el mismo Sen ha considerado
inaceptable: “La pobreza económica no es la única que empobrece la vida humana.
Para identificar a los pobres debemos tener en cuenta, por ejemplo, la
privación de los ciudadanos de regímenes autoritarios, desde Sudán a Corea del
Norte, a los que se niegan la libertad política y los derechos civiles.”[7]
Esto muestra la dificultad de
instrumentalizar satisfactoriamente el amplio enfoque de Sen y puede llevar a
absurdos como llegar a considerar que quienes viven bajo regímenes fuertemente
autoritarios o simplemente totalitarios gozan de mayor “desarrollo humano” que
quienes viven en sociedades que respetan los derechos y las libertades humanas.
Así, según el informe de 2009 del PNUD Kuwait permitiría a su población un
desarrollo humano más alto que por ejemplo Portugal o la República Checa, y
Cuba se ubica a este respecto en mejor posición que Costa Rica o Rumania.[8]
Pobreza absoluta
A esta forma previa de ver la
pobreza, centrada en las capacidades para realizar las propias potencialidades,
se opone otra definición igualmente antigua, aquella que ve la pobreza y la
condición de pobre (pauper) como un estado de privación o falta de
recursos para poder adquirir una “canasta de bienes y servicios” necesaria para
vivir una vida mínimamente saludable. Este enfoque fue sistematizado a
comienzos del siglo XX por el británico Seebohm Rowntree en Poverty: A Study
of Town Life (1901), un estudio pionero sobre la pobreza que se
transformaría en el punto de partida y referencia de los futuros estudios sobre
el tema. La razón de ello es doble. Por una parte, este estudio se basa en una
amplia investigación empírica realizada en York, la ciudad natal de Rowntree,
que abarcó nada menos que 11.560 familias, lo que equivalía a unas dos terceras
partes de todas las familias de York. La segunda razón es que para llevar
adelante su investigación Rowntree elaboró una serie de conceptos y métodos de
medición que pasarían a formar instrumentos centrales en prácticamente todos
los estudios posteriores sobre el tema. Entre estos instrumentos se destaca la
elaboración de una “línea de pobreza”, que no sólo incluía la alimentación sino
además el acceso a la vivienda, a prendas de vestir adecuadas y otros ítems
absolutamente necesarios para mantener lo que Rowntree llamó “un funcionamiento
puramente físico”. Esto le permitió definir dos tipos de pobreza, la “pobreza
primaria” y la “pobreza secundaria”. En pobreza primaria vivían aquellas
“familias cuyo ingreso total no era suficiente para obtener el mínimo necesario
para mantener un funcionamiento puramente físico”.[9] En
pobreza secundaria vivían las familias que podían alcanzar ese mínimo pero no
disponían de excedentes.
Estamos aquí frente a lo que
habitualmente se denomina pobreza absoluta y es aún hoy la medida globalmente
más usada para determinar la extensión de la pobreza, tal como lo muestran los
cómputos realizados por el Banco
Mundial en base a una “línea internacional de pobreza”. Esta
línea fue tradicionalmente fijada en 2 dólares estadounidenses de 1985 per
cápita, en paridad de poder adquisitivo, para definir la pobreza y en 1 dólar
para definir la pobreza extrema. En agosto de 2008, la línea de pobreza extrema
fue reajustada a 1,25 dólares. Esta cantidad refleja el promedio del ingreso
mínimo necesario para sobrevivir en los diez a veinte países más pobres del
mundo.[10]
Pobreza relativa
Frente a este criterio o forma de
medir la pobreza ha existido otro enfoque igualmente clásico que apunta a la
posibilidad de adquirir una canasta de bienes y servicios que puedan asegurar
una vida digna de acuerdo a las convenciones y estándares de una sociedad
determinada. En este caso tenemos la así llamada pobreza relativa, que varía
con el desarrollo social que va determinando, en cada época y sociedad, aquel
mínimo de consumo bajo el cual más que ver amenazada la supervivencia se cae en
un estado de exclusión o imposibilidad de participar en la vida social. El ejemplo
clásico de esta forma de pobreza fue dado por Adam
Smith en La riqueza de las naciones al escribir: “Por
mercancías necesarias entiendo no sólo las indispensables para el sustento de
la vida, sino todas aquellas cuya carencia es, según las costumbres de un país,
algo indecoroso entre las personas de buena reputación, aun entre las de clase
inferior. En rigor, una camisa de lino no es necesaria para vivir. Los griegos
y los romanos vivieron de una manera muy confortable a pesar de que no
conocieron el lino. Pero en nuestros días, en la mayor parte de Europa, un
honrado jornalero se avergonzaría si tuviera que presentarse en público sin una
camisa de lino. Su falta denotaría ese deshonroso grado de pobreza al que se
presume que nadie podría caer sino a causa de una conducta en extremo
disipada.”[11]
El riesgo de esta forma de ver la
pobreza y, en general, de toda la idea de la pobreza relativa ha sido bien
apuntado por Amartya Sen, quién hace un llamado a no perder de vista el “núcleo
irreductible de privación absoluta en nuestra idea de pobreza”. El riego es
llegar a una relativización total de “la pobreza” siguiendo la famosa frase de
Mollie Orshansky acerca de que “la pobreza, como la belleza, está en el ojo de
quien la percibe”.[12]
Además, las expectativas sociales se mueven constantemente en la medida en que
una sociedad se desarrolla, elevando sucesivamente nuestra vara de medir el
umbral de lo que Smith llamaba “ese deshonroso grado de pobreza”. De esta
manera se puede relativizar y hasta banalizar el concepto de pobreza, hasta el
punto de decir que, por ejemplo, en Estados Unidos hay un porcentaje mayor de
pobres que, en los países del África subsahariana. También se puede llegar a la
conclusión que la pobreza aumenta al aumentar el bienestar general de una
sociedad ya que las expectativas sobre el “mínimo socialmente aceptable” pueden
aumentar más rápidamente que el bienestar real de la población.
Pobreza relativa como desigualdad
Otra forma muy común pero
altamente dudosa de usar el concepto de pobreza relativa es simplemente hacerlo
sinónimo de una cierta medida de la distribución del ingreso en un país dado.
Esta pobreza relativa aparente acostumbra a ser definida a partir de un umbral
de ingreso medido como porcentaje del ingreso medio del país respectivo. Así
por ejemplo, es usual llamar pobres o “en riesgo de pobreza” a todos aquellos
que disponen de menos del 60% del ingreso disponible medio de la sociedad en
que viven. Actualmente se aceptan comúnmente tres categorías derivadas de esta
forma de medir la pobreza: la población que dispone entre un 50 y un 60% del
ingreso medio es catalogada como “en riesgo de pobreza”, aquella que dispone
entre 40 y 50% de ese ingreso es catalogada como “pobre” y la que dispone de
menos del 40% se encontraría en “pobreza extrema”. En 2007 dentro de la Unión
Europea, que usa justamente estos porcentajes, el 6% de su población estaba en
una condición de “pobreza extrema” (menos del 40% del ingreso disponible
medio), esta cifra se elevaba al 10% si usamos la línea del 50% (pobreza) y al
17% si la línea se ubica en el 60% del ingreso medio. Esta es el mismo tipo de
medición de la pobreza usada en España y según el cual un 20,8% de los
españoles se encontraba en una situación de “pobreza relativa” o “riesgo de
pobreza” el año 2010.[13] Sin
embargo, el poco sentido que tiene este tipo de mediciones de la pobreza
relativa aparente se hace evidente cuando constatamos que en 2007 un luxemburgués
se encontraba, según la UE, “en riesgo de pobreza” pudiendo disponer de un
ingreso de hasta 17.575 euros anuales, mientras que el riesgo de pobreza de un
rumano empezaba con apenas la décima parte, es decir, con 1.765 euros anuales
del mismo poder adquisitivo.[14] Esta
forma de definir la pobreza puede llevar a resultados incluso más absurdos,
como ser el poder constatar un gran aumento de la pobreza (relativa aparente)
durante épocas de fuerte disminución de la pobreza (absoluta). Este es, por
ejemplo, el caso de China durante los últimos tres decenios, durante los cuales
un crecimiento económico espectacular ha sacado a más de 600 millones de chinos
de la pobreza (absoluta) pero a la vez, en razón de una mayor desigualdad en la
distribución del ingreso, ha aumentado rápidamente el número de pobres
(relativos). En buenas cuentas, con esta medida de la pobreza relativa aparente
podríamos llegar a considerar al país más pobre de la tierra como un país sin
pobres si su distribución del ingreso fuese lo suficientemente pareja.
Pobreza como privación
Este mismo riesgo corre otro de
los enfoques más influyentes sobre la pobreza, aquel que usa el término de deprivation
(privación) para definir la pobreza.[15] Se
trata de una medida relativa, que indica la ausencia de ciertos atributos,
recursos o estatus que otras personas poseen. La privación relativa puede ser
definida de manera objetiva, como una medición del contenido real o material de
ese “tener menos que otros”, pero también de manera subjetiva, atendiendo
fundamentalmente al sentimiento de tener menos que otros. Como tal podría ser
llamada una medida de la envidia humana y de hecho, aplicando este criterio,
prácticamente cualquiera podría ser definido como pobre. Ahora bien, para
transformar algo tan relativo en un indicador que realmente tenga algo que ver
con la pobreza o la vulnerabilidad se requiere buscar un umbral de privación o
de distancia respecto del nivel de vida normal de una sociedad que impida
mínimos satisfactorios de desempeño o participación social. Peter Townsend
apunta al respecto que es fundamental “definir el estilo de vida generalmente
compartido o aprobado en cada sociedad y evaluar si [...] hay un punto en la
escala de la distribución de recursos por debajo del cual las familias
encuentran dificultades crecientes [...] para compartir las costumbres,
actividades y dietas que conforman ese estilo de vida.”[16]
De esta manera estaríamos
prácticamente de vuelta en la pobreza relativa, tal como por Adam Smith la
trató. Sin embargo, el uso de este concepto puede tener un valor importante si
lo aplicamos en el sentido más clásico del término, aquel de privación relativa
subjetiva elaborado por Robert Merton, ya que entrega elementos importante para
entender la dinámica de la formación de la conciencia y los conflictos sociales,
los que parten del sentimiento de privación más que de la privación o la
pobreza en sí mismas. Otro autor clásico que resumió muy bien esta idea es Karl
Marx al escribir: “Sea grande o pequeña una casa, mientras
las que la rodean son también pequeñas cumple todas las exigencias sociales de
una vivienda, pero, si junto a una casa pequeña surge un palacio, la que hasta
entonces era casa se encoge hasta quedar convertida en una choza […] y por
mucho que, en el transcurso de la civilización, su casa gane en altura, si el
palacio vecino sigue creciendo en la misma o incluso en mayor proporción, el
habitante de la casa relativamente pequeña se irá sintiendo cada vez más
desazonado, más descontento, más agobiado entre sus cuatro paredes.”[17]
Historia
La pobreza en las sociedades
preindustriales
La pobreza no es algo nuevo en la
historia de la humanidad. Su causa fundamental radica en la baja productividad
del trabajo en las sociedades preindustriales, a lo cual hay que sumar la
desigual distribución de la riqueza y el ingreso. Vivir en una condición de
premura material fue la situación normal del género humano hasta que los
progresos tecnológicos de la era moderna hicieron posible, para las amplias
mayorías, tener acceso a niveles de consumo, salud, educación y bienestar en
general impensables en épocas anteriores. Según los cálculos del historiador económico
Angus Maddison[18] la
renta per cápita promedio en las sociedades tradicionales ha oscilado en torno
a los 400/500 dólares (dólares estadounidenses de 1990 de igual poder adquisitivo)
anuales por persona. Esto equivale a lo que hoy, internacionalmente, se
considera la línea de pobreza extrema. Todavía para economistas clásicos como David
Ricardo la pobreza, definida como un nivel de consumo que
básicamente aseguraba la subsistencia, era el destino natural de las clases
trabajadoras industriales. Thomas
Malthus profetizó, en su célebre Ensayo sobre los principios
de la población publicado en 1798, la necesaria pobreza de la gran masa de
los seres humanos dada la tendencia de la humanidad a reproducirse más allá de
las posibilidades de la agricultura de producir alimentos a un ritmo que
igualase la rapidez del crecimiento poblacional. A mediados del siglo XIX, Karl
Marx basó su pronóstico sobre la necesaria caída del
capitalismo en la pauperización del proletariado industrial, hecho que él
consideraba como una “ley férrea” del desarrollo capitalista. Sin embargo, ya
Marx veía esta pauperización como un hecho básicamente social, determinado no
por la falta de medios sino por la distribución desigual de los resultados de
la producción. Es por ello que su utopía comunista, hija del optimismo
tecnológico que va cundiendo durante el siglo XIX, postula la salida definitiva
de la humanidad de su estado de necesidad.
Progreso y surgimiento de la pobreza
como problema
Hasta comienzos del siglo XIX la
pobreza era considerada como la norma de la vida humana, tal como lo eran las
enfermedades devastadoras, la falta de educación o de libertad religiosa y
política. Esta normalidad comenzó a cambiar durante la segunda mitad del siglo
XIX, cuando se fue haciendo evidente que la industrialización iniciada en Gran
Bretaña y luego replicada en diversas partes de Europa occidental estaba
haciendo posible un significativo mejoramiento de los niveles generales de
vida. Fue surgiendo así, paulatinamente, una nueva normalidad: la del bienestar
como condición no sólo deseable sino también posible de la vida humana. Con
ello apareció “el problema de la pobreza”, es decir, la pobreza considerada
como algo atávico y anormal, una reminiscencia de épocas pasadas que debía y
podía ser superada en sociedades dónde la abundancia se estaba convirtiendo en
la regla. En su estudio clásico de 1901, Poverty: A Study of Town Life,
Seebohm Rowntree llega a la conclusión de que el 27,84% de la población de la
ciudad York, en Inglaterra, vivía bajo la línea de pobreza, lo que venía a
confirmar un estudio publicado en 1886 por Charles Booth sobre la pobreza en
Londres. Estos resultados fueron chocantes para una opinión pública que ya
comenzaba a ver el bienestar como normalidad. Sin embargo, la perspectiva
optimista de Rowntree es evidente y queda plenamente reflejada en las palabras
finales de su célebre obra: “La oscura sombra de la filosofía maltusiana
pertenece al pasado y ninguna visión sobre el estado final de las cosas sería
actualmente aceptada si en la misma una multitud de hombres y mujeres está
condenada, por una ley inevitable, a una lucha tan dura por la existencia como
para atrofiar o destruir las partes más elevadas de su naturaleza.”[19]
Posteriormente, Rowntree realizó dos nuevos estudios en York que mostraron con
claridad una tendencia hacia la disminución de la pobreza hasta llegar a
transformarse en un fenómeno marginal. En su estudio de 1936, Poverty and
Progress, la pobreza había disminuido al 18% y en el de 1950, Poverty
and the Welfare State, a tan sólo el 1,5%. Esto a pesar de que Rowntree
había ampliado la “canasta de bienes” que determinaba la línea de pobreza.
Estos estudios coincidían no sólo con la visión optimista del propio Rowntree
sino con la idea, cada vez más dominante durante las décadas posteriores a la
Segunda Guerra Mundial, de que la pobreza era un hecho residual destinado a
desaparecer como fruto del rápido progreso económico y las intervenciones del
Estado del bienestar.
Redescubrimiento de la pobreza
La visión optimista respecto de la
eliminación prácticamente automática de la pobreza comenzó a ser desafiada en
el país que era el epicentro mismo del desarrollo y la afluencia económica:
Estados Unidos. Movimientos afroamericanos militantes y violentas revueltas
urbanas obligaron a volver la mirada hacia el patio trasero de la abundancia:
los 40 millones de pobres que a fines de los años 1950 había en Estados Unidos,
lo que constituía casi una cuarta parte de su población. Entre los
afroamericanos (blacks en la estadística oficial) el porcentaje de
personas viviendo bajo la línea de pobreza estadounidense alcanzaba nada menos
que el 55%.[20] Este
redescubrimiento de la pobreza fue acompañado por una serie de estudios
clásicos sobre el tema, como los de Oscar
Lewis (1959, 1961 y 1968) que desarrollaron el concepto de
“cultura de la pobreza”, el de John Kenneth Galbraith (1958)
sobre lo que él llamó “la sociedad opulenta” y el de Michael Harrington
titulado The Other America: Poverty in the United States (1962). En su
discurso sobre “el estado de la nación” de enero de 1964 el Presidente Lyndon
B. Johnson hizo de la lucha contra la pobreza una parte central de
su programa de gobierno bajo el dramático nombre de “Guerra contra la pobreza”
(War on Poverty). Esto llevó, ese mismo año, a la aprobación de una ley
al respecto (Economic Opportunity Act) por el Congreso con la
consecuente creación de un ente federal (Office of Economic Opportunity)
dedicado a la lucha contra la pobreza. Después de esta iniciativa los estudios
sobre la pobreza en Estados Unidos aumentaron de manera exponencial, pero la
situación inicial –caracterizada por el chocante redescubrimiento de la
pobreza– bien puede ser descrita usando las palabras de Daniel
Bell de 1968: “…cuando el tema de la pobreza surgió, nadie
estaba realmente preparado, nadie tenía ningún tipo de datos, nadie sabía que
hacer”.
Paradójicamente, el
redescubrimiento de la pobreza se produjo en un periodo de rápida disminución
de la misma tanto en Estados Unidos como en otras sociedades avanzadas. De
acuerdo a la estadística oficial estadounidense, la pobreza disminuyó de 39,5
millones de personas en 1959 a 24,1 millones en 1969. Por ello es que el
verdadero shock llegó en los años 70 cuando se constató que la incidencia de la
pobreza comenzaba de nuevo a crecer llegando a más de 35 millones de pobres en
1983, lo que correspondía al 15,2% de la población de Estados Unidos. Pero esta
era solamente la expresión cuantitativa de un fenómeno extremadamente complejo:
la patología de la exclusión social o marginalidad –según el concepto
habitualmente usado en esos tiempos para describir este fenómeno– que tomaba
formas nuevas y cada vez más peligrosas de expresarse, con un incremento
dramático de las tasas de criminalidad, la drogadicción, los nacimientos
extramaritales, las familias de madres solas y la dependencia de las ayudas
sociales. La toma de conciencia acerca de lo que fue llamado “la nueva pobreza”
llegó a Europa más tarde que a Estados Unidos pero el shock no fue menor. Las
primeras estimaciones de la amplitud de la pobreza en la Comunidad Europea
dieron una cifra de 30 millones para 1975, cifra que luego se vería
incrementada por el fin definitivo del pleno empleo y el comienzo de una larga
fase de desarrollo europeo caracterizada por una escasa creación de puestos de
trabajo y un consecuente aumento de la exclusión laboral. Para 2007 Eurostat
calculaba que en la Unión Europea existían unos 80 millones de pobres, es
decir, personas que “carecen de los recursos necesarios para cubrir sus
necesidades básicas”.[21]
Causas
Causas de la pobreza en las sociedades
avanzadas
El redescubrimiento de la pobreza
y la existencia de diversas formas de exclusión o marginalidad social dieron
origen a un amplio debate acerca de las causas de estos fenómenos. Los diversos
enfoques planteados toman su punto de partida en una serie muy amplia de
factores explicativos, entre los cuales destacan, combinándose de diversas
maneras: el cambio tecnológico, los aspectos institucionales, los conflictos
corporativos y los aspectos culturales. El mercado de trabajo ha estado en el
centro del debate, pero también el Estado del bienestar, los flujos
migratorios, las relaciones étnicas y raciales, la evolución o mejor dicho la
disolución de la familia tradicional y el proceso de formación de subculturas.
Incluso los argumentos de tipo biológico han jugado un papel importante en un
debate que siempre ha tenido fuertes connotaciones político-ideológicas. El
tema más controversial del debate ha sido el concepto de “underclass”, que
alude a sectores degradados y excluidos socialmente que ya no pertenecen a ninguna
de las clases establecidas de la sociedad. Pensadores sociales radicales como
William Julius Wilson y Anthony
Giddens lo han usado, pero también críticos conservadores del
Estado del bienestar como Charles Murray. En un intento de capturar las ideas
centrales de lo que ha sido un debate sumamente complejo, en los acápites
siguientes se agrupan las distintas formas de explicar las causas de la pobreza
en las sociedades avanzadas en tres grandes categorías: enfoques que enfatizan
la dislocación estructural, enfoques que enfatizan el dualismo estructural, y
enfoques que enfatizan la exclusión institucional.
Enfoques que acentúan la dislocación
estructural
Estos enfoques destacan, en
general, la naturaleza disruptiva del desarrollo capitalista y, en particular,
la intensidad del cambio estructural, con su consecuente impacto social,
durante la transición de la sociedad industrial a la posindustrial. Este tipo
de enfoques podría ser llamado schumpeteriano –la principal metáfora
explicativa en esta perspectiva no es otra que el famoso “ventarrón de la
destrucción creativa” de Joseph
Schumpeter– y plantea que la presencia de tendencias a generar
situaciones de pobreza, exclusión y vulnerabilidad es una expresión natural y
recurrente de la dinámica esencial del cambio en una economía capitalista. La
base de esta explicación está en el carácter cíclico del desarrollo de la
economía de mercado, que refleja grandes ciclos de transformación tecnológica
que comportan una reestructuración significativa de las economías y,
consecuentemente, de las sociedades modernas. Por ello es que el elemento
recurrente o cíclico es central en este enfoque, pudiendo el mismo verse
agudizado por un elemento transicional de mayor magnitud asociado al paso a una
sociedad posindustrial cada vez más globalizada y basada en la revolución de
las tecnologías de la información. Se trata, en lo fundamental, de un enfoque
optimista acerca del desarrollo contemporáneo, pero que no deja de ver los
costos y las tensiones provocadas por los períodos de intensa destrucción
creativa y cambio estructural. Es a partir de esta constatación que los
defensores de este enfoque a menudo proponen una serie de intervenciones
correctivas o paliativas a fin de aliviar estos costos y tensiones que, de no
ser suavizados, podrían llegar a amenazar la supervivencia misma del conjunto
de la estructura social. En esta perspectiva, la pobreza y la exclusión social
son fenómenos recurrentes y connaturales del desarrollo económico pero no deben
llegar necesariamente a plasmarse en una clase o grupo social formado por
personas permanentemente empobrecidas o excluidas en la medida que se creen
mecanismos adecuados para facilitar su salida de estas situaciones. En otras
palabras, se trata de facilitar una gran movilidad social que haga de la caída
en la pobreza o la exclusión una situación meramente pasajera. Esta es, de
hecho, la situación de la inmensa mayoría de las personas que caen en la
pobreza o el paro en economías dinámicas y flexibles. Así por ejemplo, casi dos
terceras partes de los estadounidenses adultos caen en la pobreza por al menos
un año en su vida pero sólo un ínfima parte ellos cae en la pobreza crónica.
Como veremos más adelante, esta ha sido la línea de argumentación predominante,
pero no la única, dentro de la UE y sus antecesoras sobre estos temas.
Enfoques que enfatizan el dualismo estructural
Estos enfoques pueden ser de
naturaleza muy diversa, pero su diagnóstico sobre lo que son la pobreza y la
exclusión social así como sobre sus consecuencias son mucho más pesimistas que
en el caso del enfoque anterior. Esta perspectiva ha tenido muchos de sus
principales exponentes en una tendencia altamente crítica, a menudo de
inspiración marxista, al capitalismo o a la economía de mercado en sí misma. Lo
que aquí se postula es la existencia de una dinámica permanente de exclusión y
polarización que trae a la memoria el diagnóstico de Marx sobre el futuro del
capitalismo. Esta dinámica excluyente y polarizante se daría tanto a nivel de
las economías nacionales como del sistema económico internacional. La así
llamada Teoría de la Dependencia fue el exponente más contundente de este punto
de vista en lo que se refiere a la economía internacional. En el marco de las
economías nacionales avanzadas este enfoque ha estado representado por diversas
teorías acerca del mercado de trabajo fragmentado, segmentado o dual. Este tipo
de enfoques sigue, en lo fundamental, la idea de Marx acerca de la necesidad de
una reserva permanente de trabajo barato y flexible cuya función sería tanto
presionar los salarios a la baja como estar disponible en los momentos álgidos
del ciclo económico. Muchos de los defensores de este enfoque postulan que los
trabajadores en el “Tercer Mundo” así como los inmigrantes provenientes de
países pobres forman la columna vertebral de este “ejército de reserva”
estratégico que le ofrece al capitalismo global un bienvenido suplemento de
trabajo barato, utilizable a voluntad y bajo condiciones infrahumanas. De
acuerdo con este enfoque, la exclusión social en los “países ricos” forma parte
de una dinámica global de polarización que, usando las palabras de Anthony
Giddens, puede ser descrita de la siguiente manera: “Las clases marginales (underclasses)
no son sólo bolsones de miseria dentro de las economías nacionales, son también
las líneas de contacto y de choque entre el Tercer Mundo y el primero. El
aislamiento social que separa a los grupos subprivilegiados del resto del orden
social dentro de los países refleja la separación entre ricos y pobres a escala
global y está causalmente unida con esa separación. La pobreza del Primer Mundo
no puede ser abordada como si no tuviera conexión con las desigualdades a una
escala mucho mayor.”[22]
En todo caso, la idea central de
estos enfoques radicales es que la pobreza, la desigualdad y la exclusión
social son componentes funcionales del desarrollo capitalista, generando
categorías sociales permanentes y bien definidas, grupos o regiones excluidas y
oprimidas que se encuentran en una situación diametralmente opuesta al resto de
la sociedad o del mundo. Se trata de grupos excluidos del bienestar y el poder
pero a su vez incluidos en el sistema social como trabajadores explotados o
explotables. Al mismo tiempo, estos enfoques postulan que solamente un cambio
radical que afectase a la dinámica misma del sistema capitalista podría
resolver el problema de los oprimidos y excluidos.
Otro enfoque radical, pero que a
diferencia del anterior ve la exclusión estructural como un componente
disfuncional del sistema capitalista moderno, es aquel que hace no mucho
popularizó la idea del “fin del trabajo”, es decir, de un cambio estructural de
carácter tecnológico y organizativo dentro del sistema imperante que llevaría a
prescindir del aporte productivo de un número creciente de personas.[23] Estos
marginados formarían una periferia empobrecida y cada vez más amenazada de una
estructura productiva que no los necesita. Jeremy
Rifkin profetizó el advenimiento de “un mundo casi sin
trabajadores”[24] y Ulrich
Beck pronosticó el surgimiento de “un capitalismo sin
trabajo”.[25] Esto
llevó a una serie de pronósticos de carácter abiertamente apocalíptico sobre el
destino del mundo, profetizando un futuro donde la misma supervivencia física
de los “prescindibles” estaba en peligro o un mundo plenamente
“brasilianizado”, es decir, brutalmente dividido entre la superabundancia y la
miseria.[26]
La idea de una exclusión
estructural permanente no es, sin embargo, propiedad exclusiva de los enfoques
radicales o neomarxistas. Durante los años 90 una teoría de la exclusión y la
underclass basada en argumentos de carácter biológico fue formulada por
influyentes pensadores conservadores. Su expresión más provocativa fue aquella
que le dieron Richard Herrnstein and Charles Murray (1994) en su libro
altamente controversial titulado The Bell Curve, cuyo subtítulo resume
bien el mensaje de la obra: “Inteligencia y estructura de clase en la vida
americana”. La argumentación, tal como la resume Robin Marris (1996) en How
to Save the Underclass es la siguiente: La sociedad del conocimiento que
está reemplazando a la sociedad industrial le da a la “inteligencia innata” y a
las prestaciones educacionales un papel crucial en la determinación de las
posibilidades de las personas de participar en la vida social. Esta es la razón
por la cual estamos presenciando un proceso de profunda división de la sociedad
en la que vemos una nueva “élite de los cerebros” ascendiendo a la cumbre de la
sociedad mientras que una clase marginal o infraclase (underclass) es
claramente discernible en el fondo de lo que cada vez más es una “sociedad
meritocrática”. Esta división puede ser mitigada pero no eliminada en la
sociedad moderna. La clase marginalizada, formada por aquellos que son más y
más innecesarios, aquellos excluidos “por un accidente de los genes, la fortuna
o lo que sea”, es un elemento disfuncional, un peso muerto que debe ser
arrastrado, de maneras más o menos decentes, por el resto de la sociedad.
Enfoques que enfatizan la exclusión
institucional
Estos enfoques subrayan los
factores institucionales que estarían generando pobreza y exclusión. En este
caso, lo determinante no es la tecnología en sí ni tampoco el capitalismo, la
globalización u otra fuerza semejante. Lo decisivo es el entorno institucional
mediante el cual diversas sociedades se relacionan con los fenómenos antes
mencionados, regulando así el acceso o la exclusión de distintos grupos
sociales a las posibilidades que cada época ofrece. Las formas de exclusión
institucional así generadas pueden ser inducidas o coercitivamente alcanzadas.
El caso de la exclusión institucional inducida fue paradigmáticamente
presentado por Charles Murray (1984) en su famosa obra Losing Ground –
American Social Policy, 1950-1980. Según Murray, el sistema público de
ayuda social (welfare system, según la terminología estadounidense) es
el responsable de que la gente voluntariamente elija tanto la exclusión como la
dependencia del Estado y formas altamente destructivas de vida y organización
familiar. Ayudas sociales excesivas o mal construidas han creado fuertes
incentivos a no elegir la participación laboral o formas de familia más
“normales”, es decir, biparentales. El mismo enfoque ha sido aplicado al caso
británico por James Bartholomew (2004) en su obra The Welfare State we’re in.
Según este autor, el Estado del bienestar con sus sistemas y beneficios
contraproducentes es el causante, entre otros males, del desempleo masivo, de
una mayor criminalidad y amoralidad así como de la disolución creciente de la
familia tradicional.
Este tipo de argumentos acerca de
una pobreza y marginalidad o exclusión inducida ha sido criticado pero a veces
también complementado desde un punto de vista institucionalista por un enfoque
que pone su énfasis en el elemento coercitivo o forzoso que conduce a la
pobreza y la exclusión. Se trata de argumentaciones en las cuales estas
situaciones no son una opción sino el resultado impuesto a quienes las padecen
por una serie de obstáculos institucionales creados por coaliciones u organizaciones
corporativas que tratan de defender su propios beneficios o privilegios
excluyendo posibles competidores que pudiesen de alguna manera amenazar su
posición en el mercado de trabajo o en la vida económica y social en general.
En teoría económica se conoce esta situación como un conflicto entre insiders,
o grupos establecidos, y outsiders, o grupos que buscan entrar en un
determinado mercado, ya sea laboral o de otro tipo. Un mercado de trabajo
fuertemente regulado es visto, en este enfoque, como un típico ejemplo de la
creación de reglas defensivas por parte de las organizaciones que representan a
los insiders a fin de otorgarles una situación privilegiada respecto de
aquellos sectores que pugnan por entrar en el mercado laboral formal o conseguir
formas más estables y mejor remuneradas de trabajo, como ser inmigrantes o
jóvenes. Desde este punto de vista, la pobreza y la exclusión social son
fenómenos que deben ser atacados por medio de reformas institucionales y
legales que eliminen los obstáculos a la creación de mercados de trabajo más
dinámicos, abiertos y menos discriminatorios. Este tipo de análisis forma la
base de aquel diagnóstico que definió el problema del retraso relativo de
Europa occidental respecto a otras economías avanzadas como “euroesclerosis”,
es decir, como un exceso de regulación y rigidez que impedía la rápida
adecuación a las circunstancias siempre cambiantes del mundo actual.
Importantes documentos de la UE, como ser el Libro blanco de 1993 titulado Crecimiento,
competitividad, empleo - Retos y pistas para entrar en el siglo XXI y la Agenda
2000, han basado gran parte de su diagnóstico sobre los logros tan poco
satisfactorios de Europa en materia de crecimiento económico y creación de
empleo en este tipo de argumentos. En muchos casos, elementos de los tres
enfoques aquí analizados se mezclan de formas muy variadas y a veces incluso
contradictorias. Estos enfoques se ven complementados por diversas hipótesis
explicativas como las que se enumeran a continuación.
Hipótesis de relaciones imperialistas
entre países
Antiguas colonias de los países
ricos debilitaron las economías locales de los países pobres al adaptarse a las
necesidades de las potencias coloniales. Las distorsiones en las economías de
los países pobres no son superadas con los procesos de descolonización debido a
que la dinámica de los mercados internacionales son controlados por las
antiguas metrópolis.
Comportamiento cultural e individual
Los pobres no son actores pasivos.
Las personas pobres presentan comportamientos que refuerzan, mantienen y
reproducen la pobreza. Estas tendencias culturales pueden ser transmitidas de
generación en generación.
Localidad
La probabilidad de caer, quedarse
o moverse fuera de la pobreza depende del lugar donde se vive. Así en regiones
con productos caracterizados por bajos niveles de valor agregado es más
probable que propongan salarios más bajos y oportunidades económicas limitadas.
Una perspectiva complementaria, es la perspectiva de la segregación de
determinados grupos sociales en localidades definidas y determinadas por la
ausencia de servicios públicos, empleo y oportunidades.
Hay dos definiciones básicas
distintas:
- Pobreza absoluta cuando ciertos estándares mínimos de vida, tales como nutrición, salud
y vivienda, no pueden ser alcanzados.
- Pobreza relativa cuando no se tiene el nivel de ingresos necesarios para satisfacer
todas o parte de las necesidades básicas de acuerdo a los criterios de un
determinado tiempo y sociedad.
Las formas de medir la pobreza son
muy diferentes en ambas definiciones. Desde un punto de vista económico, sociológico y psicológico se
complementan ambas. Es particularmente dramática la situación de pobreza
absoluta, de la cual es el principal problema de las sociedades sin recursos.
Es sociológicamente y psicológicamente muy interesante la pobreza relativa, que
la padece quizás gran parte de las sociedades desarrolladas o en vías de
desarrollo, se trata de la calidad de vida.
Umbral de pobreza
Es definido internacionalmente
(Banco mundial) como la línea fijada en dos dólares diarios por persona (de
igual poder adquisitivo), cantidad que se considera suficiente para la
adquisición de productos necesarios para cubrir las necesidades básicas en los
países de más bajos ingresos.
Umbral de pobreza extrema
Es definido internacionalmente
(Banco Mundial) como la línea fijada (en 2008) en 1,25 dólares diarios per
cápita (de igual poder adquisitivo), cantidad que se considera suficiente para
la adquisición de productos necesarios para sobrevivir en los países de más
bajos ingresos.
Feminización de la pobreza
Se calcula que actualmente hay más
de mil millones de personas atrapadas en la pobreza absoluta. Según el Fondo
de las Naciones Unidas para las Mujeres (UNIFEM), el
70% de ellos son mujeres. Además se estima que 7 de cada 10 personas que mueren
de hambre en el mundo son mujeres y niñas.
Las mujeres también son el mayor
grupo entre los denominados trabajadores
pobres, personas que trabajan pero que no ganan lo suficiente para salir
de la pobreza absoluta. Según la Organización Mundial del Trabajo, las mujeres
constituyen actualmente el 60% de los trabajadores pobres.[28]
Países más pobres por continentes
- América:
- África:
- Asia:
- Europa:
- Oceanía:
Pobreza urbana y pobreza rural
La tasa de pobreza rural es el
doble de la pobreza urbana. Sin embargo, la pobreza urbana va en aumento.
Mientras Latinoamérica la mayoría de los pobres se concentran en las ciudades,
en China, Europa Oriental y Asia central sucede una ruralizacion de la pobreza.
El alto nivel de pobreza urbana se debe a la migración de las personas de las
áreas rurales hacia las áreas urbanas (búsqueda de un empleo mejor remunerado,
mejor calidad de servicios sanitarios y educativos). Sin embargo, la
urbanización influye positivamente sobre la pobreza general. Las tasas de
pobreza general son más bajas cuanto mayor es la proporción de población
urbana.
Estadísticas
Según las estadísticas del Banco
Mundial publicadas en abril de 2011 acerca del cumplimiento de
los Objetivos de Desarrollo
del Milenio (ODM):[30]
- De 1981 a 2005 el porcentaje de personas viviendo en
la pobreza extrema (menos de $1,25 al día) bajó del 52 al 26% de la
población mundial. La proyección para 2015 es del 14,4% de la población
mundial.
- De 1981 a 2005 el número de personas viviendo en la
pobreza extrema (menos de $1,25 al día) bajó del 1.900 a 1.400 millones.
La proyección para 2015 es de 883 millones.
- De 1981 a 2005 el porcentaje de personas viviendo en
la pobreza (menos de $2 al día) bajó del 70 al 48% de la población
mundial. La proyección para 2015 es del 33% de la población mundial.
- De 1981 a 2005 el número de personas en la pobreza
(menos de $2 al día) aumentó de 2.500 a 2.600 millones. La proyección para
2015 es de 2.036 millones.
- Según el Banco Mundial esto implica que: "Dos
tercios de los países en desarrollo están bien encaminados o próximos a
lograr metas importantes para erradicar la extrema pobreza y aliviar el
hambre."[31] La razón fundamental de este pronóstico tan
optimista es la alta tasa de crecimiento económico registrada en los
países menos desarrollados entre 2007 y 2010 (6,6% anual comparada con
3,2% para toda la economía mundial) y proyectada para 2011-2014 (6,3%
anual comparada con 4,6% para la economía mundial).
Otras fuentes indican las
siguientes cifras registradas con anterioridad al desarrollo recién indicado:[32]
- 100.000 personas mueren de hambre al día.
- Cada 5 segundos un niño menor de 10 años muere por
falta de alimento.
- Más de 1.000 millones de personas viven actualmente
en la pobreza extrema (menos de un dólar al día); el 70% son mujeres.
- Más de 1.800 millones de seres humanos no tienen
acceso a agua potable.
- 1.000 millones carecen de vivienda estimable.
- 840 millones de personas malnutridas.
- 200 millones son niños menores de cinco años.
- 2.000 millones de personas padecen anemia por falta de hierro
- 880 millones de personas no tienen acceso a
servicios básicos de salud.
- 2.000 millones de personas carecen de acceso a medicamentos esenciales.
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